Relata el caso de un libro que estuvo haciendo furor en Estados Unidos en las últimas semanas. Este libro relata una supuesta historia verídica de la revuelta vida de un ex drogadicto y alcohólico.
El escándalo surgió cuando una publicación electrónica informó los resultados de una investigación que revela que esa tan atrapante historia estaba, por decir lo menos, exageradamente ondimentada . Incluso con algunos tramos enteros totalmente falsos.
Diament relata el desenlace de este escándalo así:
(...) como para apaciguar las críticas, la editorial anunció que devolvería el dinero a quien lo solicitara y que las futuras ediciones de la obra incluirían una breve nota del autor referida al contenido del libro.La columna relata otro caso más fraudulento aun (si es que el fraude puede adoptar distintas medidas en cada caso). En este caso se trata de una autobiografía de un homosexual condenado por su madre desde chico a ejercer la prostitución. Pero luego se destapó que esa historia en realidad había sido inventada por una mujer que a su vez disfrazaba a su media hermana como un travesti para hacer el papel del autor en sus apariciones públicas...
Hasta aquí tenemos todo un relato de cómo el público lector va a buscar historias reales a donde no se debe ir, que es el mundo de la literatura. Las editoriales se aprovechan de ese interés para vender gato por liebre. Pero es el sentido crítico del lector/consumidor el que debe primar aquí.
La columna de Diament remata de la siguiente forma:
(...) quienes publican, promueven y comercializan estos fraudes no son bromistas inocentes e incorregibles, sino poderosas corporaciones para quienes la verdad parece ser apenas otro producto en la línea de producción, pasible de ser modificado en consonancia con la ley de la oferta y la demanda.Tenemos aquí el típico ataque del progresismo que apunta sus armas contra las famosas corporaciones, que siempre están en el medio de todo lo que para ese sector huele mal en el mundo capitalista.
Está el que vende basura y está el que la compra. Y considero que estamos en un caso similar. La gente, una vez más, es la que tiene el poder de decidir y de no buscar historias reales en aquellos lugares en donde es evidente que sólo se hace literatura, ya sea barata o de la buena.
Creo que esa confusión entre novelística e historias verídicas también ocurre en el caso del mamotreto superhiperbestseller El Código Da Vinci.
Mucha gente elige leer libros porque supuestamente les aporta una cuota de realidad que ellos buscan. Yo prefiero leer libros por la literatura misma, cuando leo un libro basado supuestamente en hechos reales me tengo que hacer cargo de que la historia que me cuentan no es más que eso, una historia y nada más.
Además muchos libros ficticios pueden tener más realidad que aquellos supuestamente basados en la vida real. Por más que los personajes no se corresponda con seres humanos concretos. Y ese juego maravilloso de la ficción que toca sutilmente la realidad sin llegar a querer representarla con detalles perfectamente verificables es el que, por lo menos a mí, más me llena.
Cabe hacer un apartado en este post sobre este tema de los engaños que a veces llegan demasiado lejos.
Me refiero a la historia del mismo autor de la columna, Mario Diament, que fue director del diario El Cronista hace varios años. Éste, en su camino de imprimir un perfil más progresista a una publicación de por sí dedicada a temas económicos, llegó a ser embaucado por un tal Nahuel Maciel. Este supuesto periodista, que el mismo Diament contrató, fraguaba reportajes hechos supuestamente por fax a escritores como García Marquez o Vargas Llosa y el ingenuo director los terminaba publicando en el diario. Puede leerse el relato de este caso aquí.
No creo que esta historia, por más que es mucho más real que muchas otras que se publican por ahí, llegue algún día a publicarse en algún libro escrito por Mario Diament...
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